LOS SONIDOS DEL 36 / II
[NOTAS SOBRE UNA TRANSICIÓN, SEGUNDA PARTE]
Caracas, 3 de mayo 2021
Por Tomás Straka
“El ciudadano Kane, cambiar de sistema o
cambiar el sistema
Entre los venezolanos, la secuencia
siempre produce carcajadas. Aunque el Ciudadano Kane no trata de seducir a la que
habría de ser su segunda esposa, el medio para lograrlo conduce a nuestra
hilaridad. Su idea es arrancarle una sonrisa, y para eso mueve sus dos orejas.
Acto seguido, le dice que le tocó dos años aprender a hacerlo mientras estaba
en una de las mejores escuelas de varones del mundo. “Quien me enseñó a hacerlo
es ahora presidente de Venezuela”. Comoquiera que la película se estrenó en los
Estados Unidos en mayo de 1941, para el momento, el presidente de Venezuela era
Isaías Medina Angarita, pero como la trama se desarrolla a principios de siglo,
el presidente al que podría estar haciendo referencia sería, nada menos que,
Juan Vicente Gómez. Es evidente que habló de Venezuela por nombrar a cualquier
país extraño, acaso uno que de veras sonara así para la audiencia. Tal vez los
historiadores del cine tengan más que decir al respecto.
El episodio viene a colación porque
permite acercarnos al retrato del 14 de febrero desde otro ángulo poco
transitado: el de quienes estaban en el poder. Es decir, el de aquéllos que al
cabo decidieron cambiar las cosas y no aferrarse, a hierro y fuego, al orden
existente. Ni Medina Angarita ni López Contreras ni, por supuesto, Gómez, ni en
realidad ningún presidente venezolano anterior o posterior, ha sido el hijo de
una familia aristocrática educado en un internado de millonarios. Era una
característica más bien infrecuente en muchos países latinoamericanos de la
época, que aún hoy tiene dificultad para ser comprendida por las miradas
estereotipadas de muchos norteamericanos (quien escribe sabe lo que es tratar
de explicarles a académicos de otras latitudes que en Venezuela llevamos más de
un siglo con presidentes salidos de la clase media es un verdadero desafío).
Con casi toda seguridad, López Contreras
o Medina Angarita, si vieron la película, debieron haberse reído a carcajadas.
Aunque, acá también, los historiadores del cine tienen la última palabra, lo
más probable es que Citizen Kane haya tenido una popularidad
infinitamente menor entre el público venezolano a la que tuvo Luces de
Buenos Aires (donde sale “Tomo y obligo”) o cualquiera de las otras
películas de Gardel. Pero si alguno de los gardelianos de la hora llegó a
ver la escena, su reacción seguramente fue igual. ¡Uno de estos andinos
estudiando en un internado con el Ciudadano Kane, habrase visto! No, quienes
lideraban la transición del 36 no eran muchachos estudiados en internados
elegantes, eran gomecistas. Y la transición que inicialmente
estaban haciendo era un cambio del régimen, su modernización y liberalización,
no su sustitución por otro. Tal vez el resultado fue ése, pero hay que entender
que el Estado del que es Jefe López Contreras, aunque ya tenga a algunos
connotados antigomecistas, ha heredado a prácticamente todos sus funcionarios
medios y altos del Estado, diplomáticos, parlamentarios, autoridades
municipales y regionales y, sobre todo, mandos bajos, medios y altos del
Ejército.
Toda esta gente es una parte fundamental
del gomecismo. Aunque la vieja élite económica, cada vez con menos poder, terminó
apoyándolo o aceptándolo como mal menor. Esta élite fue sacudida por el
petróleo, que creó a muchos nuevos ricos y, sobre todo, la desplazó del núcleo
de la actividad económica. Aquellos agricultores y grandes comerciantes pasaron
a ocupar un segundo o tercer plano en la correlación de fuerzas, cuando los
ingresos que producían se hicieron casi irrisorios frente a la renta petrolera.
Por supuesto: muchos lograron reinsertarse en la nueva realidad, lograron que
sus hijos entraran a trabajar a las petroleras, sustituyeron el francés y el
piano por el inglés y el tenis (la imagen es versión libre de una de
Mariano Picón-Salas), pero tuvieron que convivir con el verdadero núcleo del
gomecismo, una alianza de clases medias y oligarquías de las provincias, que
era de las que salían el funcionariado, los profesionales, los administradores
de las regiones, los sacerdotes, incluyendo el episcopado, los todopoderosos
comisarios y jefes civiles, los oficiales del ejército.
En las nuevas urbanizaciones que poco a
poco aparecían en Caracas, se mudaban cada vez más generales, funcionarios,
abogados, médicos y hombres de negocios que solían estar más cerca de la nueva
riqueza real, la petrolera, y que lo más que podían alegar de abolengo eran las
heráldicas imaginarias que el arquitecto Manuel Mujica Millán les colocaba,
cuando lo pedían, en las quintas que se mandaban a construir. En 1932, ocurren
dos hitos en la historia empresarial venezolana: Eugenio Mendoza se convierte
en el dueño de lo que después se conocería como Materiales Mendoza y Diego
Cisneros, entonces empleado del Royal Bank of Canada, decide probar fortuna
comprando un camión de volteo. Ambos de algún modo apuntaban al negocio de la
construcción que esas nuevas quintas expresaban, y ambos estaban poniendo la
piedra fundacional de lo que serían grandes emporios. Mendoza venía de la más
larga prosapia de la élite criolla; Cisneros era un joven cubano cuya madre,
venezolana, había regresado a Caracas cuando enviudó. Hombres como Cisneros y
como Mendoza tenían razones para apoyar una democratización (como de hecho lo
hicieron después, y de forma vehemente). Y la mayor parte del funcionariado
gomecista, que no eran sociohistóricamente muy distintos a ellos, también las
tenía. Pero también tenía razones para temer que esa democratización deviniera
en desorden o terminara siendo liderada por los comunistas.
Además, había otra cosa: la mayor parte
de quienes de un modo u otro actuaban dentro del gomecismo, lo hacían de forma
más o menos sincera. Solían estar orgullosos del cuarto de siglo de paz, de las
obras públicas, del saneamiento de las finanzas, de las gigantescas inversiones
extranjeras. Pero, aunque la mayoría no podía ser catalogada como corrupta o
partícipe de la violencia represiva, en el mejor de los casos tuvo que al menos
voltear la cara ante la corrupción de otros, o pedir favores sin los cuales era
muy difícil sobrevivir. Fue un aspecto lo suficientemente grueso como para que
la sociedad decidiera echarle tierra al asunto tan pronto pudiera. El punto es
que había que actuar con prudencia. Las cosas en manos de alguien especialmente
ofendido por la muerte o tortura de un familiar, o por haber vivido los grillos
y acaso el tortol en su carne, o de un grupo que clamara
venganza por la finca que perdió, por su exilio, por todas las razones justas
del mundo, y con las grandes figuras quisiera meter a todos los demás que
gravitaron en torno a ellas, podía generar temor en más personas de lo que
inicialmente hubiera podido imaginarse.
La rebelión estudiantil de 1928 nos
dibuja bastante bien lo que pudo representar para ellos la situación. Por una
parte, era evidente que la sociedad en su conjunto (incluso muchas de las
personas de su mismo núcleo social) había cambiado y quería más. La protesta de
los estudiantes vino acompañada por cosas inéditas, como una manifestación de
las señoritas (sus hermanas y novias) en la iglesia de San
Francisco en Caracas, disturbios más o menos de carácter social en ciertas
zonas populares de Caracas y un paro del comercio. Aquello hizo que la
dictadura en el primer momento diera un paso atrás, aunque de ningún modo la
debilitó tanto como llegaron a pensar sus opositores cuando tomaron las armas
entre 1928 y 1930, en intentonas que fueron una pifia peor que la otra, siendo
la más famosa la de la invasión de “El Falke”. El temor de perderlo todo y de
que los rebeldes fueran comunistas, más bien logró compactar al bloque
gomecista, para asombro y decepción de los opositores.
Otro tanto pasó con los disturbios de
diciembre de 1935. Aunque los saqueos les confirmaron a muchos sus ideas sobre
la necesidad de un Gendarme Necesario, documentos como el “Mensaje
de las mujeres venezolanas al General Eleazar López Contreras”, redactado por
Ada Pérez de Boccalandro, Luisa del Valle Silva y otras en aquel mismo
diciembre, marcaban otro juego: ya no se trataba sólo de señoritas pidiendo
en una misa la libertad de sus novios y hermanos, sino de peticiones, basadas
en los mejores datos disponibles, sobre políticas públicas, desde controles ginecológicos
al alcance de todas a la necesidad de guarderías para las madres trabajadoras,
pasando por los Derechos del Niño. ¿Cómo responder a eso, pero manteniendo el
control? ¿Cómo hacer cambios y evitar que caigamos en un horror como el de
finales de siglo o como aquel en el que caería España muy pronto? ¿Cómo atajar
a aquéllos que José Ignacio Cabrujas resumió en su Pío Miranda?
Anverso y reverso de Pío Miranda o sobre
la revolución
Cuando en 1979 José Ignacio Cabrujas
estrenó El día que me quieras, sólo mediaban cuarenta y cinco años
de la visita de Gardel a Caracas. Es decir, muchos de quienes deliraron por él
seguían vivos, y la inmensa mayoría de quienes asistieron a la obra tenían
noticias directas por testigos, o en todo caso podían dar fe de cuán verosímil
era el retrato de la sociedad que se hacía. Desde entonces ya han pasado casi
tantos años como los que separaban a la première del hecho, y quienes hoy
seguimos agotando las locaciones ya tenemos un recuerdo más bien vago (y en la
mayor parte de los casos, seguramente no existe ninguno) de la Caracas que
visitó Gardel, sus valores e imposturas. Tal vez el único caso en el que ocurre
lo contrario ha sido el del personaje Pío Miranda. Los venezolanos de 2021
tenemos mejores herramientas para ponderarlo que los de 1979.
Clara alusión a Pío Tamayo, el miembro
del Buró del Caribe del Comintern, que logró penetrar e influenciar al
movimiento estudiantil del 28, para poco a poco introducir a algunos en el
marxismo, y a Francisco Miranda, nuestro revolucionario y, con mayor o menor
justicia, perdedor y utopista por antonomasia de nuestra memoria, se trata de
un personaje cuya naturaleza es hoy mucho más nítida que cuando se estrenó la
obra. Desde entonces, el derrumbe de la URSS y la vivencia de un ensayo
socialista local han generado una idea más clara de lo que contenían las
promesas de Pío Miranda. Sin duda, Cabrujas fue clarividente y, sobre todo, muy
valeroso, ya que en 1979 esto pudo haberlo metido en un lío con el mundo
cultural, entonces en gran medida marxista. Pero tampoco caigamos
en el otro extremo: no todos los nuevos líderes de 1935 fueron fraudes como Pío
Miranda.
Hubo, sí, muchos habladores y farsantes
que hicieron de la condición de “perseguidos” o “presos de Gómez” una profesión,
que a título de prometer una revolución futura gorronearon a los demás
(¡cuántos de esos vimos en las universidades!), que sólo eran capaces de pintar
castillos en el aire. Un libro tan estremecedor como La galera de
Tiberio (crónica del Canal de Panamá), que en 1938 publicó Enrique Bernardo
Núñez, hace el retrato de todo lo que de rastrero había en aquella Venezuela,
la gomecista y la opositora. Sin embargo, la mayor parte de los jóvenes
de la Generación del 28 entregó su vida por la modernización sustantiva de
Venezuela. Fueron líderes políticos, intelectuales, científicos, escritores,
educadores, médicos, empresarios, fundadores de instituciones, como el botánico
Francisco Tamayo, el educador y psiquiatra Rafael Vegas, el periodista y
escritor Miguel Otero Silva, el empresario Carlos Eduardo Frías, el intelectual
Isaac J. Pardo, el antropólogo Miguel Acosta Saignes, el escritor Guillermo
Meneses (entonces un estudiante de secundaria), la periodista y promotora
cultural María Teresa Castillo, la escritora Antonia Palacios y, claro, los
grandes líderes políticos del siglo XX, como Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y
Jóvito Villalba.
Cuando Gómez muere medio año después de
la visita de Gardel, el mensaje de estos jóvenes electrizó a una sociedad que,
con el tango, el método Braille y los derechos de la mujer, quería abrazar
todo, o casi todo, de lo que el siglo XX estaba ofreciendo. Que la respuesta de
López Contreras haya sido abrir las compuertas para aliviar la presión, e
incluso ir más allá, y tratar de liderar él mismo los cambios. Los primeros
momentos parecieron poco auspiciosos. Después del shock inicial, que deja a
todos con el aliento suspendido, estallan desórdenes, y no pocos tenían razones
para pensar que podría volver a vivirse una anarquía como la de finales de
siglo (debemos entender que las guerras civiles de las décadas de 1890 y 1900
eran algo que muchos habían vivido, siquiera de niños), o que el temor de lo
que se creyó atajar en 1928-1929 finalmente había llegado.
Hubo actos de carácter claramente
políticos, como los saqueos de las propiedades de algunos gomecistas notorios,
asalto y destrucción de las instalaciones del periódico oficioso El
Nuevo Diario e incluso algunos linchamientos de andinos y saqueos de
sus negocios, ya que se les asociaba al gomecismo en una clave que hoy podría
sorprendernos: las de una especie de pueblo extranjero y conquistador. Hoy
puede sorprender (lo que demuestra cuánta agua ha corrido desde entonces), pero
aún hay quienes hablan de lo de 1899 como “la invasión de los andinos”. Tan
tarde como en 1932, Rómulo Betancourt publicó su largo ensayo Con
quienes estamos y contra quienes estamos, con el objetivo de rechazar la
propuesta, impulsada por algunos grupos opositores, de quitarles los derechos
ciudadanos a los andinos en el escenario de un postgomecismo (lo cual no obstó
para que en los Andes se considerara al “negro” y “comunista” Betancourt como
el epígono del antiandinismo). En otros casos, lo político se combinó con
tensiones sociales de otro tipo, como lo manifiestan los linchamientos que hubo
de guachimanes, sobre todo si eran antillanos. Aunque no puede
decirse que se trató de algo generalizado, era una respuesta al hecho de que la
seguridad de los campos solía estar en manos de “negros ingleses”, quienes en
general recibían mejores salarios que los venezolanos debido a la ventaja del
idioma.
Pero junto aquello también quedó muy
claro que entre los manifestantes había muchos que sólo pescaban en río
revuelto. Fotografías y filmes registraron a personas llevándose muebles y
hasta puertas y ventanas de casas de gomecistas, sin ningún otro aparente
interés. Los números también indican un aumento en el delito común, que estaba
muy controlado durante el gomecismo. No es un dato menor que Cruz
Crescencio Mejía, alias Petróleo Crudo, sea otro de los rostros
famosos del 36. Su captura, envío a la Isla del Burro y espectacular evasión lo
hicieron muy popular; y la verdadera cacería y nueva aprehensión de la que fue objeto,
seguida como una novela policial, fue una muestra de la modernización policial
que emprendió el Gobierno. Su alias, que era un claro guiño a su color de piel,
también ayuda a fijar el contexto de sus acciones. De un modo u otro, entre los
discursos de los nuevos líderes y de los que eran simples agitadores, las
protestas, saqueos y las aventuras de Petróleo Crudo, el temor
al desorden, a la disgregación de la que hablaba
Laureano Vallenilla-Lanz, comenzó a crecer. Que en las salas de cine la gente
cantara “Tomo y obligo” era una cosa, pero que las pitas a Hitler y Mussolini
cada vez que aparecían en los noticieros hayan generado quejas diplomáticas, ya
era otra, que decía qué tanto se estaba politizando el pueblo.
Era cuestión de que cayera una
chispa. Y cayó, en una protesta que inicialmente no parecía acarrear nada
fuera de lo particular, el 14 de febrero de 1936.”
Tomado de PRODAVINCI