SEMBLANZA
DE DON ANDRÉS BELLO LÓPEZ
Dr. Juan Andrés Orrego Acuña
Profesor de Derecho Civil
U. Chile
(III)
Corría
el año 1802. Aquellos últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX, eran sin
embargo años turbulentos en el mundo, y los vientos emancipadores comenzaban a
soplar con fuerza en tierra americana. Y uno de aquellos llamado más adelante a
ocupar el primero entre todos los lugares destinados a los héroes de la
independencia de los pueblos del continente, Simón Bolívar Palacios, se
encontraría con Andrés Bello en una singular encrucijada. Ocurre que el
preceptor de Bolívar, don Simón Rodríguez, habíase envuelto en un complot
contra la Corona, dirigido por los criollos José María España y Manuel Gual.
Rodríguez huyó de las autoridades, evitando el apresamiento seguro. Era
imprescindible, entonces, buscar un nuevo maestro al joven Bolívar. Éste, a
diferencia de Bello, era vástago de una de las familias más ricas de Venezuela.
Algo menor que Bello – había nacido en Caracas el 24 de julio de 1783-, no se
había mostrado especialmente receptivo a los estudios, pero sí había hecho suyo
el torrente de ideas rebeldes que brotaba de la verba apasionada de su antiguo
maestro Rodríguez, quien, además, no estaba interesado en aplicar en su
discípulo los métodos pedagógicos tradicionales.
En
verdad, el joven alumno poco y nada había aprendido con su maestro Rodríguez.
Es en esta instancia, en la que la familia Bolívar se fija en Andrés Bello como
nuevo maestro. Refiere Campos Menéndez que el tío de Simón, Carlos, quien hacía
las veces de cabeza de la familia, “pensó que un joven de la edad de Simón, que
fuera, ante todo, amigo y compañero, le inculcaría, tal vez, algunos
conocimientos de la enseñanza positiva y elemental, que el maestro Rodríguez ni
siquiera había insinuado. Nadie más indicado, entonces, para esta difícil tarea,
que el hijo del abogado Don Bartolomé Bello y de la bondadosa Doña Antonia
López. Otras familias patricias lo tenían como pasante de las “ovejas negras?,
que abundaban entre los “mantuanos? de Caracas.
Así
las cosas, el joven Andrés se había hecho de un incipiente prestigio docente, y
se le tenía como un especialista en enderezar a jóvenes ricos y díscolos de las
principales familias caraqueñas. Pero era plausible que la cercanía en las
edades, -apenas dos años los separaban-, hiciera nacer entre ambos la amistad.
Lo que no resultaba óbice para que Bello, que se distinguía por su aplicación
al estudio y evidente talento, se dispusiere seriamente a enseñarle a Simón
geografía, matemáticas y cosmografía.
Aplicaba
en aquella época Bello, muy a la usanza, el método peripatético. Avanzaban las
lecciones al compás de paseos por los alrededores de Caracas, donde los jóvenes
echaban a volar su fantasía, bajo el follaje de los grandes samanes, soberanos
majestuosos de la comarca.
Pero
el joven profesor no recibía estipendios muy elevados. Se dice que jamás cayó
un solo real en los bolsillos de su único y raído traje. Su mejor premio estaba
en la satisfacción de enseñar, aunque sus alumnos, y entre ellos el propio
Bolívar, las más de las veces tuvieren su mente en la esfinge de una hermosa
caraqueña antes que en los problemas planteados por Pitágoras o Euclídes. Pero
si bien su alumno no era especialmente aplicado en los estudios, sí sabía
agradecer los esfuerzos que desplegaba para él Andrés.
Es
fama que grande fue la sorpresa del maestro, cuando un día, al llegar a su
casa, encontró cuidadosamente doblado en impecables pliegues, una elegante
vestimenta que su discípulo Simón le enviaba en pago de lecciones no aprendidas.
Mientras,
Bello continuaba con su trabajo en la administración. La eficiencia con que
lleva a cabo su labor, hace que el Gobernador le recomiende al Rey Carlos IV,
de quien obtiene, por real cédula del 11 de octubre de 1807, el nombramiento de
Comisario de guerra honorario, grado que correspondía al de teniente coronel de
milicias. Paralelamente a sus funciones como secretario de la Gobernación, el
26 de octubre de 1807, se le designa, ad-honorem, Secretario de la Junta
Central de Vacuna.
Observamos,
como Bello avanza paulatinamente en su carrera en la administración del Estado
indiano, fruto de su esfuerzo tesonero y capacidad indesmentible. Dicho ascenso
se verá interrumpido, sin embargo, con el colapso del régimen en todo el
continente.
¿Cuál
sería el aspecto de Bello por aquellos años? Edwards Bello, lo imagina como un
joven de tupida cabellera, de grandes ojos claros, pálido y muy delgado, que se
destroza los dedos frotándolos unos con otros, sólo y mortificado, en una plaza
oscura de Caracas. La perfecta imagen, agregamos nosotros, de un héroe salido
de las páginas de Víctor Hugo o de Lord Byron.
En
cuanto a los asuntos del corazón, Miguel Luis Amunátegui refiere que por estos
años, Bello habría estado enamorado de María Josefa de Sucre, hermana mayor del
futuro Mariscal y vencedor de Ayacucho, “dama de gran belleza y aptitudes” y
con un destino trágico, como correspondía a una época romántica: detenida en
1814 por los realistas, huye y se refugia en La Habana. En 1821, cuando
navegaba hacia Cumaná para asistir a un bautizo, el barco se hunde, pereciendo
María Josefa en el naufragio.”
Continuará…