SEMBLANZA DE DON ANDRÉS BELLO LÓPEZ
Dr. Juan Andrés Orrego Acuña
Profesor de Derecho Civil
U. Chile
(II)
NIÑEZ Y JUVENTUD.
Poco se sabe de la familia de Andrés Bello.
Eran hidalgos avecindados en Caracas, venidos a menos. La casa de Bello se
situaba en los suburbios de la ciudad, “en el ángulo suroriente de la actual
esquina de Luneta, la entonces denominada esquina de Juan Pedro López”. Su
familia no era ni plebeya ni aristocrática. Su padre, don Bartolomé de la Luz
Bello (1750-1800), había obtenido el título de abogado a los cuarenta años, en
1780, un año antes del nacimiento de Andrés. Su título de Bachiller en Leyes se
lo había conferido la Universidad Real y Pontificia. En aquél entonces, la
carrera de abogado en Caracas era incierta y desacreditada.
El
pueblo americano, durante la colonia, como refiere Joaquín Edwards Bello, bebía
en su cuna el odio a los leguleyos y a los oidores. Era comprensible esa escasa
simpatía, pues conformaban tales letrados, los estamentos o burocracia del
Estado y su gobierno. Y se sabe que para el temperamento hispánico, el Estado y
en particular el gobierno y la burocracia que lo sostiene, es una rémora apenas
soportable.
Don
Bartolomé, además, era músico en la iglesia de los pardos (contigua a la casa
de los Bello y llamada oficialmente Iglesia de Nuestra Señora de Altagracia) y
encargado de dirigir los cantos religiosos durante los oficios, habiéndose
desempeñado igualmente como profesor de canto en el Colegio Seminario, entre
los años 1774 y 1787. Precisamente, la enseñanza de la música le permitió pagar
sus estudios de abogado.
A
pesar de no tener una situación holgada, tenía un carácter firme. Se cuenta que
renunció su plaza en la tribuna de la Santa Catedral por negarse a bajar al
Coro, conforme se lo ordenare el Capítulo, “por no vestir hábitos clericales
sino señir (cic) espada” Ello explica, quizá, la permanente estrechez económica
de la familia. Amén del número de hijos.
La
hacienda llamada “El helechal”, en la que Andrés aprendiera a cabalgar, pasó a
otras manos por trampas y pleitos. En adelante, la familia viviría en Caracas.
Estirpe que no daría otro fruto tan espléndido. Con el correr de los años, la
familia venezolana de Bello sería tragada por la pobreza, por la furia
revolucionaria que asoló su terruño y por las pestes. La casa natal no existía
desde el terremoto que había asolado Caracas el 26 de marzo del año 1812. Los
hermanos, muertos. Las hermanas, en los claustros.
La
madre de Bello, doña Ana Antonia López Delgado (1764-1858), es todavía un
enigma. Su padre habría sido un pintor de talento en la época colonial. Años
después, Andrés, desde Chile, le enviaba regularmente preciosas monedas de oro
chileno. Pero nunca más le vería. La había dejado cuando Bello tenía 29 años.
Moriría a la sazón inverosímil edad de 94 años, en 1858.
Nació
Bello el 30 de noviembre de 1781. El día de San Andrés, lo que explica su
primer nombre (sus nombres de pila, muy a la usanza de la época, eran Andrés de
Jesús María y José). Fue el mayor de un total de ocho hermanos, cuatro varones
y cuatro mujeres. El 8 de diciembre, fue bautizado en la parroquia de Nuestra
Señora de Altagracia de Caracas, en el libro primero de bautismo de blancos
(había otros libros especiales para negros y mulatos). Su padrino, fue don
Pedro Vamondi.
Desde
muy niño, sintió Bello inclinación por los estudios. Su tío, Fray Ambrosio
López, viendo los esfuerzos del chico hacia el saber y procurando encaminarlos,
le proporcionó un maestro de notable calidad, también religioso, el fraile
mercedario Cristóbal de Quezada, de quien el muchacho tuvo los primeros
conocimientos de gramática, literatura y castellano. Quezada sería también su
maestro de latín, lo que permite a Bello leer desde niño a Horacio y Virgilio
en la lengua en que ellos escribieron, adentrándose también en las obras de
Garcilaso, Cervantes, Lope de Vega y Calderón de la Barca.
Estudió
luego en el Colegio de Santa Rosa, por aquella época de mucho prestigio entre
las familias criollas de Caracas. Se incorpora ahí a la cuarta clase de
latinidad, recibiendo las lecciones del presbítero Antonio Montenegro, y
relacionándose con los hijos de los más importantes caraqueños, llamados
“mantuanos”, por su derecho a usar manto. Los Ustáriz, pertenecientes a este
grupo, inician a Bello en el estudio de la lengua francesa y pronto pudo leer a
Racine y, seguramente –lo que era mucho más peligroso para los mayores-, a
Voltaire. Con quince años, ingresa en 1797 a la Universidad Real y Pontificia
de Caracas, estudiando filosofía, lógica, aritmética, álgebra y geometría, alcanzando
el primer lugar entre sus condiscípulos.
El
uno de marzo de 1800 se recibe de bachiller en artes. Aquél mismo año, moría su
padre. Pocos meses antes, específicamente en noviembre de 1799, había arribado
a Caracas el naturalista Alejandro Von Humboldt. Acompañado del botanista
francés Aimé Bonpland, permanece algún tiempo en Venezuela, investigando la
flora y fauna, trabando relaciones con las familias más importantes de Caracas
y con los jóvenes más instruidos, entre ellos Bello, quien, se dice, habría
acompañado a los dos sabios europeos en algunas de sus expediciones. Se puede
comprender cuan útil debe haber sido para Bello, templar su intelecto en la
fragua rigurosa de estos europeos que descubrían por segunda vez la América
profunda, hasta entonces velada para los estudios científicos.
Bello
había iniciado también sus estudios en medicina y Derecho. Pero su padre,
curiosamente, suponemos que desengañado por los bemoles del foro y por el
aludido descrédito de la profesión en aquellos años, le suplicó a su hijo que
no fuera abogado. Obediente a los deseos paternos, Bello nunca sería abogado,
aunque por cierto no abandonaría los estudios del Derecho, y tras la muerte del
progenitor, viéndose obligado a obtener medios de subsistencia para su madre y
hermanos, se presentó en concurso para Oficial Segundo de la Secretaría del
Gobernador Manuel de Guevara Vasconcelos, obteniendo el puesto.
Continuará…